Puedo desnudar
la cuenta de violín que navega
en la minúscula brújula del Cancharani
Describir
tu silencio que deshila la lluvia
Puedo palpar
el adverbio obtuso
de los crepúsculos
Verificar
la unidad
bidimensional
del olvido.
Puedo tutear
con los números
sacrílegos
Puedo calcular
la altura
de la
desabrida altivez
de su
sonrisa.
Multiplicar
la sombra
longitudinal
de un árbol
por la encuadrada
y aleve
alegoría de
mi lápiz;
luego dividir
con la derribada
longitud de
mi lápiz
Puedo vibrar
en la
innumerable
hilacha del
solsticio,
teñir la brújula
de cartón
para que el
canto de las aves
fluya por la línea
ecuatorial
de la lluvia.
Puedo deshilar
la cánula
lluviosa del día
En añeja
ficción diurna
En mezclas
bayos
de vino y cígal
Dejarla macerar
en un liviano
algodón.
Dejarlo ir
en la ceniza
alcohólica del
miércoles.
Puedo sosegar
el desnudo pipiolo
de la palmera
Con las: “Fiestas galantes de Verlaine”
Con trigo
alivianar
la apetencia
de mis huachuas
Sorprender de
súbito
a la obrera
soledad
con una cómica
carcajada de ñandú.
Aliñar en
nueve meses
la lluvia
vegetariana
con su acento
de martillo
con su ronca
voz
que tizna sus
rodillas
sobre las
chimeneas.
Trajinar:
bajo los
slogans de la llovizna;
Es decir
entre el real
carisma
de la
fragorosa aventura.
Algunas veces
no fue precisa necesidad,
aceptar,
recordar descartables
domingos,
ni reconfortante,
iniciar,
la honrosa
posibilidad
de olvidar
o la posibilidad
volcánica no
prevista.
Es artificio
que asfixia,
Proyección no
hallada
Abril silvestre
que no logra
asimilar
vuelo
por el frio
de los salmos;
Y su trazo
se fermenta
en la lengua
de los centímetros
en la
pilastra
precisa de la
lluvia.
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